2 de diciembre de 2010

La amistad.


La amistad es una cajita de cristal. Pequeña, transparente, donde guardas allí dentro todos tus pensamientos, ideas, cariño y amor.
Un cristal fino donde te reflejas. Material en el que están hechos tus sueños. Son porciones de tu corazón que intentas que no se rayen nunca. Un amigo es más que una persona. Algo que no es físico, algo que siempre llevas. Es eso que recoges por el camino y guardas en tu cajita de cristal, cuidadosamente acomodado en su interior. Todo eso en lo que crees, en lo que confías, en lo que sientes.
Eso que más allá del mundo encuentras. Eso que te abraza cuando piensas que no puedes más. Algo que lamentas no ver. Porque el amigo no se ve, no se toca, no se huele. Simplemente lo sientes. Y, aunque se encuentre sentado a tu lado, tú nunca lo ves como la materia física que es.
A veces lo miras a los ojos. A veces sientes su presencia.
Sin embargo, el amigo no es la persona que ves. Es la persona que sientes.Es aquello por lo que darías todo. Menos tu cajita de cristal.. :)

Un amor mortal.

12 de Noviembre del 2002. Adriana se preparaba para coger el avión hacia Estambul. Cosas del trabajo. A las nueve de la noche llegó a su destino. Estambul le pareció una ciudad preciosa. Se dirigió hacia el hotel y allí estuvo esperando en la gran fila que había delante de ella esperando a que les indicaran sus respectivas habitaciones.                  
La fila era enorme, así que pensó en sentarse en uno de los grandes sofás que había en la sala. Y así lo hizo. Se puso a leer revistas para pasar el rato y de repente, alguien se sentó a su lado. Pero no era alguien normal, no, era el chico más guapo que había visto nunca. A ella no le importaban mucho esas cosas, pero esa vez fue diferente. Le impresionaron sus preciosos ojos azules y verdes al mismo tiempo y su pelo perfectamente despeinado. Se podría decir a si misma que estaba ‘’alucinando’’.
Empezaron a hablar y se conocieron en los largos minutos de espera. Descubrieron que tenían los mismos gustos y quedaron por la noche, después de cenar. Adriana estaba muy cansada del viaje, pero no dudó en aceptar.
Por la noche salieron a pasear bajo las estrellas, no mucho tiempo porque hacía frío, pero sí el suficiente como para darse cuenta de que se habían enamorado. Sabían que les separaría la distancia, ya que él era piloto para una agencia de aviones de Francia y ella era azafata de vuelo de una agencia de Nueva York. No les importaba la distancia. No les importaba nada en aquel momento. Eran felices juntos, muy felices.
Y allí, en medio de un manto de estrellas, se besaron y para Adriana fue lo más bonito de su vida. Ya no le importó el frío, porque lo tenía a él. Con él era feliz. Y empezó a llover. Y allí, debajo de la lluvia, besándose, pasaron dos o tres horas. La verdad es que no les importaba la hora, pero cerraban el hotel a las dos de la madrugada, así que tenían que volver.
Al llegar se prometieron que iban a estar siempre en contacto, pasara lo que pasara. Y se fueron a sus dormitorios.
Llegó la mañana y con ella la hora de la despedida. Él se tenía que marchar. Tenía un viaje destinado a París. Ella se quedaría una noche más.
Se despidieron y se prometieron una vez más que estarían en contacto.
Pero no siempre es tan fácil.
No se encontraban en Internet a ninguna hora, el móvil no tenía cobertura y las cartas, bueno, las cartas era una cosa que no hacía falta intentarla para saber que era imposible, ya que ninguno de los dos tenía dirección fija.
Los separaba mucha distancia, pero no perdían las esperanzas de hablarse ni de encontrarse de nuevo.
Un día, Adriana iba a volar hacia Australia. Estaba muy emocionada porque siempre había querido ir a ese país. En esos momentos se encontraba en París. Al subir al avión, sus compañeros estaban comentando una noticia trágica que había sucedido el día anterior en esa misma ciudad.
‘’ Un avión tiene problemas en el aire y cae a 400 metros de altura. Todos los pasajeros mueren en el acto’’
Cogió el periódico donde estaba la noticia con curiosidad. Pero, de repente se le cayó el corazón a las manos. El piloto era él. Su mayor sueño. Su vida. Su felicidad. Él era todo para ella y acababa de morir.
Lo único que pensó fue en suicidarse. Era la única salida para ella para acabar con aquel dolor. Para acabar con el sufrimiento de perder a alguien al que ella tanto quería.
Y así fue.
En el despegue del avión se tiró y se hizo fuertes rasguños en todo el cuerpo. La llevaron al hospital, pero no pudieron hacer nada por ella. Y murió.
Y allí estaba él, tan guapo y feliz como siempre, esperándola con los brazos abiertos. Y juntos vivieron una feliz historia de amor que acababan de empezar.
Y es que, el amor, aunque parezca a veces imposible, no lo es.